El momento de la detención no fue violento. Me pusieron las esposas y me metieron en un coche junto con tres policías nacionales. Unos de ellos iba de paisano y les decía a los otros dos que me dejasen a solas con él que me iba a matar en aquel mismo momento. Uno de los policías que iba en el coche comenzó a informar por radio que se dirigían hacia comisaría y el policía que me amenazaba con matarme le dijo que no avisara de nada a nadie y que apagara la radio.
Llegamos a la comisaría y me hicieron entrar en un pequeño calabozo donde había una mesa pequeña, me dijeron que me arrodillase mirando hacia la pared mientras me empujaban, y caí sobre las rodillas. Uno de ellos me apretó las esposas y otro o él mismo, me pisaba las plantas de los pies. Así estuve unos minutos. Mientras unos me agarraban del pelo y me levantaban la cabeza y otros me la hacían bajar otra vez, uno preguntaba “¿este hijo de puta es hombre o mujer?”, y otro le respondía “espera que le agarre de los cojones”. Este mismo policía otro día mientras me llevaba del calabozo a la sala de interrogatorios, riéndose, me pidió disculpas por haberme tocado.
Al rato de estar en comisaría, empecé a oír golpes de puertas de hierro contra algo, mientras alguien decía “ya empieza la fiesta, como no hable, el loco le mata, ya puedes hablar tú también”. Después de escuchar varias veces el mismo ruido de golpes, un hombre de 1,60 m de estatura mas o menos, gordo, rubio con barba, medio calvo y de unos 45 años, hizo que me levantase, se puso frente a mí, me puso un jersey de Aitor alrededor de la cabeza, mientras otro policía, por detrás, me levantaba los brazos hacia arriba, me golpeaba fuertemente en ambos lados de la cabeza con la mano, al tiempo que me preguntaba dónde vivía.
Después de varios golpes, sentí que me dolía la cabeza y que no enfocaba bien con la vista, y le dije donde vivía. En ese momento me soltaron los dos, y seguido me subieron a una sala llena de gente. Por el camino uno de ellos seguía diciendo que antes de subirme me dejasen sola con él, que me iba a matar. Una vez en esta habitación, donde había dos ordenadores, dos mesas, y varias sillas, y estaba llena de gente, me rodean y comienzan a preguntarme quién era. Yo no les contesté, me volvieron a preguntar y como tampoco contesté, le llamaron “al loco” que volvió a ponerme el jersey de Aitor por encima y empezó a golpearme otra vez de la misma manera. Mientras tanto, otro me agarraba los brazos hacia arriba y hacia atrás, otro me pegaba patadas por detrás en los pies, otros dos o tres me golpeaban en la cabeza al tiempo que “el loco” me cruzaba la cara. Les dije como me llamaba y me preguntaron dónde vivía, no contesté y me dijeron si quería que me pusieran la bolsa en la cabeza, que a ellos les daba lo mismo, que a las buenas o a las malas les tendría que decir todo lo que querían saber. Otro de ellos me daba golpes, no fuertes, en el oído izquierdo y parecía como que se me taponaba. Mientras ocurría todo esto, me decían que lo que yo quería era que me trataran como a un animal.
Durante todo el tiempo que permanecí en comisaría me decían que estaría contenta de haber matado a una niña de tres años y casi a su madre. Cuando querían saber algo nuevo o hacían preguntas nuevas, me rodeaban entre todos y me empezaban a golpear en la cabeza, los golpes ya no eran tan fuertes como los del primer día, y, a la vez, me amenazaban con que al día siguiente las cosas iban a empeorar si es que no hablaba.
En uno de los interrogatorios, uno de los policías quería dejar la pistola encima de la mesa, mientras le decía a otro que abriese la ventana, este era un policía moreno, pequeño, sin barba ni bigote, tenía una cara característica, y estaba con otro policía que era alto, que mediría 1,85 más o menos, calvo y qure llevaba gafas.
Cada vez que venía el médico forense, me preguntaban a ver qué me había dicho, y que es lo que le había contado yo. Los interrogatorios eran durante todo el día, y durante las tres primeras noches también me subieron a interrogar. En el calabozo la luz estaba encendida continuamente y de vez en cuando sonaban fuertes ruidos, gente gritando, golpes con las puertas...
Todos los policías que se encargaban de subirme y/o de bajarme al interrogatorio, al calabozo o al servicio, me decían que lo mejor era que “cantase”, que si no las cosas se podrían poner muy mal.
En uno de los interrogatorios en que estaban los tres policías que habitualmente me interrogaban (uno moreno delgado, alto con perilla, tez morena, joven, otro de unos 45 años, moreno, con entradas, 1,65 m mas o menos y el tercero de unos 50 años, moreno con canas, alto y gordo y que fumaba negro), el segundo me dijo que no me tocase la cara porque me iba a hacer marcas y luego iba a decir que me habían torturado. Una vez que me pude ver en un espejo, tenía un moratón en el lado izquierdo de la cara, al igual que en la oreja izquierda.
Después de haber transcurrido 20 días desde la detención, no siento el dedo gordo y la punta del dedo pequeño de la mano izquierda, debido a que me pusieron las esposas demasiado prietas.
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